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CORZOS ABRILEÑOS.

jueves, 22 de abril de 2010


Con regularidad mecánica, completamente ajena a la peripecia vital de cada uno de los seres que sobre su superficie habitan, ajena incluso a la tragedia que un pequeño estremecimiento de su epidermis puede provocar en los humanos, la Tierra completa cada doce meses su ciclo de traslación alrededor del Sol. Y así, un año más, cuando siguiendo su elíptica órbita el planeta donde vivimos vuelva a aproximarse a la estrella a la que pertenece, la primavera despertará en el hemisferio norte. Entonces, allá para marzo o abril, la savia dormida de los árboles y los helados jugos de la tierra se removerán, los campos de España empezarán a pintarse de verdes nuevos y algunos hombres –los que sienten la ancestral vocación de la caza– sentirán la llamada del corzo.
dos Españas diferentes. Las importantes diferencias de altitud y latitud existentes entre las distintas regiones de la Península Ibérica encuentran claro reflejo en los ciclos vegetativos de las plantas y, consecuentemente, en la fenología de los animales que en ellas región habitan. No se puede, pues, teorizar de modo genérico acerca del comportamiento de corzo en abril ni tampoco sobre cómo perseguirlo, ya que a estas alturas del año la primavera habrá explotado con todo su esplendor en Andalucía o Extremadura, mientras que el invierno aún se resistirá a abandonar las tierras altas de La Alcarria, Aragón o Castilla la Vieja.
Abril es época ideal para recechar al pequeño cérvido en la mitad sur de España. Efectivamente, al llegar este mes los corzos adultos andaluces, extremeños o toledanos llevarán varias semanas con sus cuernas limpias y tendrán sus territorios bastante asentados y delimitados. Además, el estacional rebrote de la vegetación ya se habrá producido y los animales encontrarán alimento jugoso y nuevo en el interior del monte y de las manchas, por lo que ya no precisarán acudir a las siembras de cereales o leguminosas con la regularidad con la que todavía, forzados por la necesidad, lo harán sus congéneres de latitudes más septentrionales.
El que para esas fechas abrileñas los animales tengan allí sus trofeos ya completamente limpios y teñidos, en plenitud estética, y no se encuentren obligados a alimentarse en puntos localizados son, para el verdadero cazador, atractivos acicates que hacen la captura más retadora y proporcionan a la caza del corzo en abril en tales comarcas mayor aliciente.
Durante estas jornadas de principios de primavera, además, en las regiones de la mitad meridional de España el terreno permite aún al cazador el desplazamiento sigiloso, necesario para cualquier rececho. Tan pronto el sol de mayo apriete, transformando la verde yerba en un pastizal reseco y escandaloso, el silencio al andar se convertirá en una quimera. ¡Hay que aprovechar, pues, que los cardos, el calor y las cigarras están a la vuelta de la esquina!
Más al norte, sin embargo, la cosa será bien diferente. Durante las primeras semanas de abril, en efecto, en las zonas más corceras de la meseta o en las estribaciones de la Cordillera Cantábrica o los Pirineos, todavía la primavera es poco más que un deseo: el monte se encuentra aún hibernado, en los robles sólo apunta el terciopelo de sus yemas, y los espinos, majuelos y rosales silvestres –cuyos brotes y hojas buscará el corzo con deleite tan pronto asomen– no son más que leña inerte.
En tales circunstancias, los abundantes corzos que habitan estas regiones forzosamente han de recurrir para su alimentación a las siembras tiernas de cereal, que visitan a diario, mañana y tarde. En ellas los animales son particularmente visibles y vulnerables, hasta el punto de que su captura, a poco que antes de la apertura de la temporada, durante el mes de marzo, se hayan invertido algunas jornadas en labores de control y localización de ejemplares en el coto, resulta bastante sencilla, carente de la dificultad e incertidumbre que son la sal de la verdadera cacería.
En efecto, puede decirse que recechar corzos en estas comarcas muy a principios de temporada es, para el cazador que ame el reto y la dificultad, muchas veces demasiado fácil, algo comparable a cazar en mano perdices casi todavía igualonas a primeros de octubre, en años en que todavía no ha llovido para entonces, o tirar azulones en la misma época, recién salidos del eclipse y concentrados en las pocas aguas que el estiaje ha respetado. ¡Qué diferencia con el reto –y la consiguiente satisfacción– que esas mismas piezas pueden proporcionar al aficionado un par de meses más tarde, cuando los fríos hayan sacado sus uñas y el transcurso de unas cuantas semanas de temporada les haya enseñado a vender caro el pellejo!
Aun así, y dejando establecido de antemano que al que ya lleve unos cuantos Capreolus en su haber no le gratifica lo mismo la cobra de un corzo veraniego, arrebatado entre dos luces a la umbría espesura de un bosque en un lance apresurado y difícil, que un trofeo logrado en los albores de la primavera de un sencillo disparo a la espera en una siembra naciente, no deben despreciarse las ocasiones que el inicio de la temporada corcera ofrece.
Y es que la caza a primeros de abril también tiene un lado positivo, que debe tenerse en cuenta; aunque entre un trofeo de corzo tardío –oscuro ya por la savia o la resina de la vegetación pero con blancas y afiladas puntas y perlas bien pulidas como consecuencia de meses de frotamientos en el monte– y una cuerna prematura, de color desvaído y con abundantes restos de correal aún entre el perlado, como son las cobradas en las primeras semanas de temporada, uno tenga claro qué prefiere.
Ventajas de cazar ahora. El particular ciclo vital del Capreolus capreolus, diferente del de nuestros otros cérvidos como el ciervo o el gamo, hace que al inicio de la primavera los machos de la especie concluyan el proceso anual de renovación de sus cuernas y, dotados de armas nuevas, acometan la afanosa delimitación y defensa de territorio. Esta labor territorial será su principal objetivo en los meses venideros y en ella invertirán una parte importante de su energía.
Lo acusado de este comportamiento en el corzo permite afirmar que, una vez el animal ha escogido un determinado feudo y se ha asentado en él, raramente se moverá de allí en los meses venideros, al menos hasta que el período territorial de la especie concluya, allá para el mes de septiembre. Localizado pues un ejemplar, sólo es cuestión de insistencia –salvo que la suerte se ponga muy en contra– lograr ponerlo a tiro. El decidir cazarlo o no durante las primeras semanas de la temporada, cuando resulta más visible tanto por su mayor actividad de marcaje y delimitación de su territorio como por la menor disponibilidad de alimento y cobertura, corresponde a cada cazador o responsable de coto.
A favor de cazar pronto pesa, desde un punto de vista biológico, el hecho de que cuanto antes se retiren de un territorio los ejemplares adultos que el necesario plan de caza y gestión estima como admisibles anualmente, más posibilidades hay de que los huecos dejados por ellos sean cubiertos por otros animales de similar rango y jerarquía. Extrayendo temprano la renta cinegética anual de un coto, efectivamente, la población de Capreolus cuenta con varios meses de plazo por delante para reestructurarse, de manera que, a la llegada del celo, cada territorio contará nuevamente con un macho dominante, de contrastado vigor y demostrada fortaleza, idóneo para padrear.
La caza tardía, en junio o julio, puede por el contrario crear huecos en la estructuración social de la población no demasiado deseables. Debe señalarse que recientes investigaciones con animales radiomarcados han indicado que es excepcional que, incluso en territorios con escasez de machos, alguna corza se quede sin cubrir ya que, llegado el celo y si resulta necesario por no haber ningún corzo en la vecindad, las hembras realizarán largas excursiones en su busca.
Por otra parte, también ha de tenerse en cuenta la ventaja de que durante las primeras semanas de la temporada resulta sencillo –por el diferente estado en el desarrollo de su cuerna, que presenta un adelanto de algunas semanas en su proceso de formación y limpieza– diferenciar a los machos maduros de los juveniles.
Efectivamente, todos los corzos que en Burgos, Soria, Palencia o Guadalajara, por ejemplo, presenten la cuerna limpia para primeros de abril, serán ejemplares adultos que tendrán, salvo excepciones, cuatro o cinco años de edad al menos. Los animales más jóvenes, de segunda o tercera cabeza –y desde luego los de primera–, descorrean más tarde y para esas fechas inaugurales presentarán su cuerna aún cubierta de borra.
Conforme a ello, si a principios de temporada se analizan con cierto detenimiento los diferentes ejemplares del coto, resultará posible adjudicar a cada uno con bastante fiabilidad un rango de edad, lo que a su vez facilitará la toma de decisión acerca de si procede su caza o si, por el contrario, corresponde respetarlo. Más avanzada la estación, en junio por ejemplo, se abatirán inconscientemente muchos corzos jóvenes de buen futuro, debido a que entonces la diferenciación en el monte entre ellos y animales de más edad resulta muy difícil o incluso imposible.
Por otra parte, es bien cierto que en las primeras semanas de la temporada se observan con frecuencia ejemplares –normalmente los más viejos y difidentes– que más tarde desaparecen en el monte y ya no vuelven a dar la cara. Tales ejemplares sólo ofrecen alguna oportunidad de caza en estas primeras fechas, y no abatirlos entonces significa con frecuencia renunciar definitivamente a ellos.
También, sin duda, es el momento de retirar del coto –en este caso sin atender a demasiadas consideraciones de edad– aquellos animales que, caso de ser el cazadero atravesado por alguna carretera y encontrarse aquerenciados en sus cercanías, son susceptibles de causar accidentes de tráfico. Todos los años, desgraciadamente, se producen víctimas por colisiones con corzos, y está demostrado que una adecuada labor preventiva con el rifle en las cercanías de las vías de mayor riesgo puede ayudar a reducir la siniestralidad.
Recomendaciones para la caza en abril. La persecución del corzo al inicio de la primavera presenta, como no podía ser de otra manera, características que la diferencian de la caza más tardía. El aficionado ha de amoldarse por ello tanto a las temporales circunstancias del entorno que ha de servir de escenario a la cacería como a las características vitales de la pieza perseguida. Y, en abril, lo cierto es que ambas cosas ayudan al éxito.
Por un lado, la menor cobertura vegetal hace al corzo sin duda más visible y vulnerable. Bien lo saben las organizaciones de cacerías de corzos, por ejemplo, en algunos países del Este, cuya experiencia de décadas les hace ser conscientes de que la garantía de éxito es muy superior en los viajes que tienen lugar en las primeras semanas de la temporada. No hay allí peor enemigo para el cazador de corzos que el crecimiento de la yerba o las cosechas, y en España tampoco es de otra manera.
Pero, además, el corzo para estas fechas se encuentra saliendo del invierno, con sus reservas corporales agotadas y necesitado de recuperar peso y vigor con rapidez para afrontar en buenas condiciones los retos vitales de los meses venideros: defender el territorio y estar en condiciones de cubrir, llegado el celo, al mayor número de hembras posible.
Por ambas razones precisa alimentarse con mayor frecuencia de lo habitual, ya que el corzo es animal de estómago pequeño y difícilmente puede aguantar desde el amanecer hasta la caída de la tarde sin comer. Esto sólo podrá hacerlo –y no siempre– más adelante, cuando ya haya recuperado reservas y el calor de las horas centrales del día invite al sesteo.
En abril, sin embargo, los animales necesitan ganar peso rápidamente –en un par de meses pueden llegar a engordar hasta un 20 o 25 por ciento de su peso inicial– y para ello han de alternar períodos de rumia con otros de alimentación. Cada tres o cuatro horas, pues, el Capreolus capreolus necesitará buscar alimento y con este fin, en las frías regiones de la España interior, habrá de acudir a los pocos puntos donde en esas fechas tempranas puede hallarlo: las siembras de cereal de ciclo largo.
En estas comarcas de la España interior suele aún helar de madrugada, y debe saberse que en tales circunstancias los corzos renuncian a alimentarse hasta que el sol levanta y deshace la escarcha y la brisa orea la siembra. Madrugar, pues, contra lo que la mayoría piense, es en estas fechas muchas veces innecesario, pues en zonas tranquilas será mucho más habitual descubrir a los corzos almorzando brotes de cereal a media mañana que haciéndolo al amanecer, entre dos luces.
En Andalucía, Montes de Toledo y las zonas de influencia atlántica y menor altitud de la cornisa cantábrica, las circunstancias, como ya queda dicho, son bien otras y el corzo no se halla para estas fechas tan condicionado en su comportamiento. Los animales tienen ya comida en cualquier parte y para poder tener ocasión de disparo será menester recechar con cuidado los puntos más querenciosos de su territorio, sin menospreciar la alternativa de algún aguardo que domine tanto estos lugares como las posibles fronteras del territorio del corzo, que él, en su afanosa labor de marcaje y defensa, recorrerá diariamente. Habrá, pues, que cazar ya de verdad.

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